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El debate sobre el British Museum volvió a encenderse. Tras siglos de acumular objetos de todo el mundo, hoy enfrenta un señalamiento incómodo: una parte inmensa de su colección no proviene del Reino Unido, sino de territorios que estuvieron bajo dominio, saqueo o presión del Imperio Británico.

Sus piezas más reclamadas hablan por sí solas:
los Mármoles del Partenón de Grecia, la Piedra Rosetta de Egipto, los Bronces de Benín de Nigeria o el moai Hoa Hakananai’a de Rapa Nui (Chile). Son tesoros culturales de valor incalculable… y también algunos de los objetos más disputados del planeta.

La forma en que llegaron es parte del conflicto.
Expediciones coloniales, saqueos militares y “adquisiciones” en contextos desiguales construyeron un acervo que hoy muchos observan con incredulidad histórica.
México tampoco queda fuera: el museo resguarda piezas mexicas, mayas y rituales prehispánicas —incluida una máscara asociada a Xipe Tótec— que cruzaron el océano en tiempos de extractivismo cultural.

Pero aquí está el freno:
el museo se ampara en su regla de inalienabilidad, una política legal que impide devolver cualquier pieza, sin importar cómo fue obtenida. Para muchos, es una norma que pertenece a otro siglo.

Y luego vino el escándalo interno:
entre 1,500 y 2,000 piezas desaparecieron de sus propias bodegas, presuntamente robadas durante años por un empleado.
El mundo cultural no tardó en lanzar la pregunta evidente:
si no pueden protegerlas… por qué no devolverlas?

El British Museum sigue siendo un gigante cultural, sí.
Pero también un recordatorio vivo de que el poder, la historia y la justicia no siempre coinciden.
Y esa conversación —como sus vitrinas— ya no puede esconderse.

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