La NBA, ese gigante del deporte que presume espectáculo, talento y ritmo frenético, hoy está bajo una presión que ya no puede esconderse.
Lesiones, cansancio y un calendario que parece más una máquina de desgaste que un sistema de competencia.
La liga más poderosa del mundo enfrenta un reclamo que crece como una ola imparable.
Los casos recientes encendieron las alarmas.
Dante Exum quedó fuera toda la temporada 2025-26 por una lesión de rodilla que no perdona.
Dereck Lively II, todavía sin fecha clara de regreso, sigue batallando con molestias en el pie a la espera de una nueva evaluación.
Pequeñas señales de un problema grande.
Y entonces llegó la declaración que movió el tablero:
Steve Kerr fue directo, sin rodeos y sin suavizar el golpe.
El calendario actual —dijo— no permite recuperación, no permite entrenamiento.
Es partido tras partido… y luego otro más.
Una rutina que exprime a los jugadores hasta dejarlos al límite.
La solución que muchos piden ya está sobre la mesa:
reducir la temporada a 72 juegos.
Menos carga. Menor riesgo de lesiones. Más calidad en la duela.
¿Por qué importa?
Porque la NBA podría estar jugando con fuego.
Si el desgaste continúa, podrían perderse carreras enteras, bajaría el nivel del espectáculo y el costo —humano y deportivo— sería enorme.
La salud de los atletas ya no es un tema secundario; es el centro del debate.
Pero aquí aparece el dilema que incomoda a todos:
La liga gana millones con los 82 partidos, entre taquilla, transmisiones, acuerdos comerciales y audiencias globales.
Reducir juegos significa tocar intereses… y no cualquier interés.
Por eso la pregunta final flota en el aire, incómoda, inevitable:
¿primero los negocios o la salud de los jugadores?
La conversación ya comenzó.
Y la NBA tendrá que decidir pronto qué pesa más en su propia balanza.
















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