La nación cervecera por excelencia parece, por primera vez, estar perdiendo la sed.
Las cifras lo confirman: el consumo per cápita cayó a 88 litros por persona en 2024, uno de sus niveles más bajos en décadas. Y el golpe comercial llegó pronto: las ventas domésticas se desplomaron 6.3% en el primer semestre de 2025. Un frenazo que dejó a la industria mirando un futuro incierto.
Luego vino la noticia que heló más que un tarro en Baviera:
52 cervecerías cerraron entre 2023 y 2024.
Muchas de ellas, casas históricas, negocios familiares con generaciones enteras dedicadas a una misma receta, una misma espuma, una misma tradición. La cultura cervecera alemana, esa que parecía indestructible, comenzó a mostrar grietas.
En el epicentro del cambio aparece una nueva fuerza social: la Generación Z y los jóvenes adultos.
Menos alcohol, más salud. Menos ritual cervecero, más alternativas sin graduación.
Una ola generacional que está transformando hábitos y que no se detiene ante siglos de historia.
La industria intenta reaccionar.
Algunas cervecerías ya lanzan líneas sin alcohol, mezclas experimentales, bebidas híbridas y opciones para mercados que hace 20 años ni existían.
Pero otras… simplemente no lo logran. La modernidad avanza más rápido que su capacidad de adaptarse.
Y así se instala la pregunta que duele en el corazón de Europa:
¿está en riesgo la tradición cervecera alemana?
El país que enseñó al mundo lo que es una buena lager ahora enfrenta un giro inesperado.
Cultura, economía y estilo de vida entran en fermentación.
El resultado final todavía está madurando, pero una cosa es segura:
la historia cervecera de Alemania acaba de entrar en una nueva era.
















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