Lo que ocurrió en las calles no fue una movilización partidista ni un trending pasajero: fue hartazgo puro. Miles de jóvenes —en su mayoría de la Generación Z— salieron a protestar por miedo, por enojo y por una violencia que ya los toca directamente.
La chispa fue el asesinato del alcalde de Uruapan, pero el incendio venía acumulándose desde hace años. La protesta nació del dolor, no de una agenda política.
Aun así, el gobierno intentó minimizarla. Claudia Sheinbaum habló de bots, infiltrados, adultos manipulando la protesta. Pero la realidad estaba ahí, a plena luz del día: era gente real. Jóvenes reales. Hastiados de vivir con miedo.
Mientras las cifras oficiales hablaban de 10 000 asistentes, los videos, las fotos aéreas y los propios testigos mostraban otra historia: una marcha mucho más grande, difícil de reducir con un boletín.
Y cuando la narrativa oficial ya no alcanzó, llegó la fuerza.
Patadas, golpes, escudos, empujones: la policía cargó contra jóvenes desarmados. Video tras video lo mostró sin posibilidad de matiz.
El saldo fue duro:
•Ocho detenidos.
•Tres procesados.
•Cero explicaciones claras.
Y una pregunta que retumbó por todo el país:
¿Desde cuándo protestar es un delito en México?
Mientras la presidenta hablaba de politización, México veía otra cosa: un movimiento espontáneo, nacido del miedo, del coraje y de una generación que siente que nadie en el poder la escucha.
La Generación Z lo dejó claro en una sola noche:
México ya no aguanta otro sexenio de excusas.







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